Cuando me pregunten por el amor, lanzaré una risotada

Con la actuación sensible y arriesgada de Araceli Genovesio, Amor es mirarse al espejo y no romperlo pone el eje en el cuerpo como receptáculo del rechazo, la ternura, la violencia, la fiesta. Desde el humor y la rabia, la obra nos invita a pensar la vulnerabilidad como modo de existir y resistir la hostilidad del mundo.

Teatro

Crónica

octubre 3, 2024 | Por Nicolás Giovanna

Es imposible hablar del amor sin titubear, rodear, temblar. También, es imposible hablar de Amor es mirarse al espejo y no romperlo sin titubear, rodear, temblar. Me encontré con la obra hace dos años en La Nave Escénica cuando recién estaba estrenando. Y la semana pasada, volví a verla en María Castaña. En estos días en que la idea del amor, los encuentros románticos, las citas, etc. me vienen dando vueltas en la cabeza como asuntos sin respuesta; volver a ver la obra, sentir que ya estuve ahí, pero que ahora todo está más vibrante, más potente, me hizo sentir menos solo. Qué poder majestuoso tiene el teatro, suspender la neurosis propia un rato.

Volví y me encontré, una vez más, con una obra que se abre paso, filosa y aguda, al encuentro. Al comenzar, luces tenues muestran a la actriz con un rifle en un costado de la escena, de fondo suena un instrumental de Britney Spears, y pienso en la frase del poeta chileno Pedro Lemebel: “Yo no pongo la otra mejilla, pongo el culo compañero. Y esa es mi venganza”.

Desde el principio, la obra pone de manifiesto el goce de los cuerpos que no encajan en los rigurosos y ridículos estándares de belleza. Sin intención heroica ni derrotista, propone la fiesta como resistencia. Entre la espada y la pared, una fiesta con canciones de reggaetón y cotillón. La fiesta, como el rito en el que todo puede pasar: el baile desenfrenado, la risa, los roces, la resaca, la amistad, el drama.

Lo contrario al odio engendrado, al gorda como insulto es el goce; el goce como respiro, como pausa, paréntesis, oasis.

El humor como salvavidas

Frente a la pregunta: si no te amas a ti misma, ¿quién te va a amar? La obra responde con baba y risa grotesca. Sacando de la manga un fakiu o unos cuernitos. Devolviéndole a la pregunta su propia burla: ¿cómo es posible amarse en este mundo hostil? En un contexto en el que la derecha avanza con violencia y quitando derechos, las máximas new age proliferan como agua brotando de las cloacas. Dice Leila Guerriero: “¿Cuántas toneladas de autoayuda y mindfulness hemos tragado para engendrar esa necesidad maníaca de encontrarle a todo una enseñanza?”(2019). Desde este lugar, el espectáculo no tiene pretensión de aleccionar o moralizar sobre el asunto. Muestra la hostilidad hacia los cuerpos gordos de la misma manera que muestra el retorno de la fiesta y el goce de los cuerpos. Y es con ese goce y esa fiesta que aparece la risa como una apertura, una grieta que permite dos movimientos: uno que afloja, otro que tensiona. Como si en el mismo gesto estuviera guardado el veneno y el antídoto. Lo que podría ser solemne queda entre la espada y la pared. La obra se inscribe en ese espacio intermedio: un pasillo de risotadas.

La dirección, a cargo de Camilo Araya y Ailén Boursiac, abre con destreza ese espacio de tensión que circula entre lo que nos da gracia y lo que nos entristece, el terror de la soledad como castigo y la euforia por un deseo desenfrenado. Porque, como dice Alexandra Kohan, el deseo “no es un campo de rosas ni de bienestar. Es un campo vecino a la angustia. … El deseo se presenta errante, infernal, huidizo; es más bien un instante que suspende las certidumbres”.

Una actuación múltiple

Uno de los puntos más fuertes de la obra reside en la maravillosa actuación que ofrece Araceli, quien propone un registro actoral que habita la multiplicidad y nos asombra con su constante metamorfosis. El biodrama es el punto de partida que le permite a la actriz hablarnos desde su singularidad. En ese sentido, el archivo personal —los videos que se proyectan, que pertenecen al universo personal de la actriz: un viaje de egresados, ensayos de actos del colegio, juntadas con amigos, etc.— tiene una potencia enorme y deja ver el rastro, la huella de ese cuerpo, su historia. La biografía, en este caso, es la catapulta, el trampolín para habitar la ficción sin freno; como si la propia sangre, la herida, la miseria, pudieran ser el combustible para habitar lo otro: aquello que nos rebalsa.

En un momento, aparece como personaje el año 2006, una composición fantástica, mezcla de bufón y animal grotesco que, envuelto en telas de jean tiro bajo, lanza brutalmente su defensa del 2000. Con baba e incorrección política, nos dice que el pasado fue mejor, que todo le debemos a aquellos años: la obsesión por los cuerpos flacos, las polleras con picos, las tachas, el rubio platinado; pero también, el pago al FMI, también un gobierno nacional y popular, también la conquista de derechos. No hay escape de la paradoja. Luego, aparece una nutricionista española de televisión que reparte dietas a diestra y siniestra, con un único y máximo consejo: no coman que engorda. Sobre el final, un cambio de luz hace que Araceli —spoiler alert— sea una vulva y luego un clítoris, que entablan un diálogo desopilante sobre el deseo sexual. Así, la actriz muta como si fuera una caja de pandora.

El diseño lumínico, en manos de Agustín Sanchez Labrador, es una belleza que acompaña ese viaje múltiple, los recorridos traviesos del cuerpo. Cuando hacen su aparición, las luces de contra dejan ver una silueta en movimiento, con temblores y pelos revueltos; o sutiles haces de luces, como si el sol hubiera penetrado apenas al teatro, dejan ver ojos, boca, mano. Por momentos, es la fiesta y el goce; por otros, la desoladora imagen de alguien a quien le han arrebatado el espacio del disfrute. Así, la iluminación construye dramaturgia y configura el vasto territorio sensitivo que ofrece la obra.

Animales difíciles de amar

¿Será que en el fondo somos animales difíciles de amar?, por lo raros, por lo abyectos, por lo decididos a contrariar la lógica que pretende que un cuerpo sea un templo o un envase; pura carne o puro plástico, placer o castigo, hegemonía o barbarie ¿Será que hay algo más allá de la dicotomía?, la obsesión atávica que pone al cuerpo en un póster o una estampita, un Dios para rezarle ¿Habrá alguna puerta secreta que derribar?, ¿una trampa que permita sortear el sentido común?, ¿la posibilidad de otro mundo, otro amor? ¿Qué cuerpos merecen ser amados?, ¿por qué?, ¿quién dice?

Amor es mirarse al espejo y no romperlo lanza preguntas como cañitas voladoras que estallan en el cielo alto y caen sobre los cuerpos de quienes espectamos. Se apagan las luces, la obra termina y nos preguntamos, una vez más, qué es y dónde está el amor.

Ficha técnica

Actuación: Araceli Genovesio.
Dirección: Camilo Araya y Ailen Boursiac.
Diseño de iluminación: Agustín Sánchez Labrador.
Diseño y realización escenográfica: Agustín Sánchez Labrador y Ailen Boursiac.
Fotografía: Andrés Malakkian.

Redes de la obra

Compartir

Nicolás Giovanna

Sigo a los treinta años como cuando tenía cinco. Trabajo de ser otrxs que aún no soy. Actúo, dirijo, soy docente. Danzo. Espero una lluvia, una electricidad, un caos. Ningún orden. Escribo y deseo que la escritura sea otra cosa, los personajes, los paisajes, las palabras. Otra cosa.