Esta sensible tierra mía
Rancho: recital para la tierra de une. Una hermosa parcela de biodrama sensible y tierno que, en los territorios escénicos de la ciudad de Córdoba, se presenta en Espacio Blick. La propuesta vibra y conmueve con una humanidad sincera y afectuosa.
Crónica
septiembre 26, 2024 | Por Rodrigo Angelone
Una estampa criolla
Entramos en Rancho: recital para la tierra de une seducidos por una promesa: seguramente habrá alguna escenografía con estampa gauchesca, olor a alfalfa y, a lo sumo, una guitarra ―por la parte del título que pone recital, digo yo―. Al ingresar, efectivamente, al teatro no nos aguarda esa estampa criolla rioplatense, sino un escenario con una tarima al fondo, tres sillas, una mesita, dos guitarras que flanquean el espacio escénico, y una muchacha (Sele Sanagustin) con gesto adusto y un bombo entre las piernas.
El público se sienta y la muchacha comienza a pegarle al bombo con golpes igual de adustos que su gesto. Del fondo emerge un muchacho (Laureano Leguizamón) con pecho henchido, que camina, pide palmas y está listo―acá, otra promesa― para tirarse un malambeo tan viril como patrio… pero no. Antes de dar el primer paso del prometido zapateo, bailarín y bombista se detienen, y él confiesa, con un cálido timbre de voz e inconfundible tonada santiagueña: “Yo no sé zapatear”.
Así comienza este espectáculo, a través de una subversión de expectativas muy interesante que da cuenta de que no es un recital para nuestra tierra, esa entelequia colectiva llamada “patria” ―después de todo, ya hay mucho ricachón disfrazado de Juan Moreira que se hace más rico cantándole las mismas canciones a esa quimera nacional―. Rancho es un recital para la tierra de une, así, con esa “e” al final que, no solo incluye, sino también especifica: “Esto va dedicado a mi tierra, que comparto con algunos, pero que solo yo conozco. Es singular, única y se las acerco, aquí y ahora, en esta rancheada”.
¿Y el rancho?
La puesta tiene la estructura de un recital con la diferencia de que, el músico, además de ser virtuoso con sus instrumentos (voz y guitarra), también lo es narrando y actuando sus recuerdos, sueños y anhelos. Entonces, ¿qué tiene que ver el rancho en todo esto? ―acá, otra subversión de expectativas―. Laureano nos explica que, mientras estaban trabajando en la composición del espectáculo, alguien les acercó el concepto, bien cordobés, de “hacer rancho”: una suerte de reapropiación cordobesa que denomina el momento de habitar un lugar en común, donde además del tiempo y el espacio, se comparte comida, bebida, música y charlas.
De esta forma, asistimos a un biodrama musical de la vida de este muchacho que, con su cuerpo, su voz y su guitarra, genera una atmósfera sensible de hermandad con los espectadores. Nos invita a ranchear un rato para contarnos un poquito de su vida: la relación, casi mitológica, que parecen tener los santiagueños con el folclore, y el vínculo con su familia y sus guitarras, las cuales son tratadas con el mismo cariño con el que se hablaría de un querido hermano. Hago mención aparte a un particular episodio en la vida del actor que no voy a develar acá, pero que, confíen en mí, constituye una suerte de punctum biodramático de la puesta al que solo puede aspirar un reality de TV.
Es la música
Hay una expectativa fundamental en Rancho: recital para la tierra de une que no es subvertida: la idea de asistir a un recital, de que vamos a escuchar música en vivo y disfrutarla. No solo que la puesta cumple, sino que va más allá. La escena se convierte en una suerte de maquinaria de sincretismo estético, donde cada relato biográfico de Laureano, cada instantánea significativa de su vida que nos convida rancheando en este encuentro biodramático se reverbera, poderosamente, en las canciones que nos comparte. Las cuales brillan con la potencia de su belleza musical y poética, y al mismo tiempo, son impulsadas en su magnitud emotiva, al saber qué lugar ocupan en la tierra propia y singular de la vida del actor.
Incluso, en cada función del mes de septiembre, amistades del protagonista son convocadas a compartir un poco de su música, como cuando la banda presenta a un invitado especial para tocar una canción. La diferencia es que, en Rancho, estas amistades son convidadas a una charla donde cuentan, al igual que el protagonista, qué lugar ocupa, en la tierra de su vida, la canción que trajeron a este rancho.
En fin, Rancho: recital para la tierra de une toma esta cuestión tan básica del encuentro en un momento y lugar determinado ―condición sine qua non de los espectáculos en vivo― para excusar el homenaje de las pequeñas cosas: el compartirse, como quien se comparte un bollito de pan o una copita de vino y sale de la sala vibrando de emoción, pensando que compartirse es la excusa más hermosa para ranchear.
Ficha Técnica
En escena: Laureano Leguizamon.
Dirección: Joaquín Notarfrancesco.
Dirección Técnica, Diseño Lumínico y Operación: Selene Sanagustín.
Mapping: Valentina Afranchino.
Prensa: Agencia Brava.
Asistencia de Dirección: Camila Giordano.
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