Pueblo… o la terquedad del artista
Con un equipo multitudinario, diverso y ecléctico, Pueblo sin mundo, el musical postmortem es un despliegue de fantasía, risas y talentos. Aparece como una posibilidad, una fisura para poder seguir existiendo en un mundo arrasado por el capital y la codicia.
Crónica
octubre 10, 2024 | Por Paula Ailén Belli
Sobre el proceso
Con Pueblo sin mundo compartimos un espacio ínfimo. Mientras ellos salían de ensayo, yo entraba a dar clases. Este espacio de intersticio entre una cosa y otra fue alimentado preguntas: ¿cuántos son?, ¿quiénes son?, ¿quién ocupa cada rol? En cada ensayo, el equipo se multiplicaba de maneras enigmáticas.
En la sala se sentía el remanente de aquello que estuvo pasando, un aire denso, pero cristalino y la sensación concreta de que, allí, un grupo de gente se detuvo, se pausó para darle espacio al misterio, al escándalo y a la risa.
Hago un pequeño paréntesis, porque me es inevitable que algunas preguntas estallen apenas pienso en los procesos artísticos: ¿podríamos dibujar la cartografía de un proceso? ¿Qué ingredientes se vuelven indispensables para la cocción? ¿Qué fuerzas convocamos para poder seguir existiendo, pese al ajuste y la, tan sentida, economía del shock? ¿Será que los procesos creativos se pueden entender como un espejo de la realidad de un país, o por qué no, del mundo? ¿Hacer procesos es también hacer política?
Vuelvo. La obra se empezó a ensayar en el 2020 y resultó ser una de las ganadoras del Premio a la Dramaturgia Provincial 2020, mas el zoom y la comunicación virtual hicieron detener el proceso y Elisa Gagliano, directora y dramaturga, pensó que la obra “ya no charlaba más con la realidad”. Pero el tiempo es un bucle y, en el 2023, volvieron al ruedo.
La premisa para convocar al equipo fue clara: potencia y afecto no discuten, ambas son indispensables. Esto se transformó en un faro para todo el proceso. La potencia se construye y el afecto se contagia, y al revés, también. Luego, poco a poco, imantados por lo que generaba este proceso, algunos roles se fueron acercando. Simples colaboradores se transformaron en parte esencial del proyecto y lo que empezó como metáfora se hizo realidad: construyeron un pueblo de casi 30 personas.
Hacer todo al revés
Pero entonces, ¿no es acaso que, frente a las crisis, nos ajustamos? ¿El gesto no es ir a lo chiquito, a lo económico, a un teatro que exista con poco, con dos o tres en escena? ¿No deberíamos reducir, achicar, economizar, ajustar el cinturón, comprimir? ¿O será que el arte tiene posibilidad de otras narrativas que no son las del cotidiano? Pueblo sin mundo hace el gesto opuesto: expande, abre, invita y multiplica. Y en ese gesto de lo opuesto, hay una pequeña victoria. Donde parecería que todo está predestinado, fabricado a la medida de un ajuste; donde nos tendríamos que sentar y aceptar, hay una posibilidad para accionar.
El gesto es opuesto y, por lo tanto, no tranquiliza, no calma a la bestia liberal, sino que la transforma en una de naturaleza magnánima y de potencia arrasadora. El trabajo del proceso fue alimentar a ese bicho con aspiraciones creativas y expansivas. En eso de hacer todo al revés, también apareció la campaña de financiamiento, y cambiaron de bando aquellas palabras que le encantan al poder de turno, como “inversiones extranjeras”, “financistas”, “donaciones”, “dolarización”, “mecenazgo”, “ajuste”. Una guerra silenciosa de alfabetos y sentidos comunes. La terquedad es absoluta.
Sobre hacer un pueblo en escena
Con un proceso de ensayo de 9 meses (el tiempo necesario, según Elisa, para que se geste esta metamorfosis escénica de naturaleza animal y cósmica), hicieron un Pueblo, una barca de posibilidades y un organismo multiplicador lleno de capas.
Con una estructura de producción precisa y ubicua, un mural, un manifiesto, una bitácora, un banner a escala humana, una puesta escenográfica explayada, luces que dibujan galaxias, un equipo de dirección mayúsculo y un andamiaje de muchas áreas que deja ver un trabajo rizomático; Pueblo sin mundo es un prisma que apuesta, redobla la apuesta y no se queda con ganas de nada. Detrás de cada delirio, de cada rol, hay una estructura que lo sostiene. Capas y más capas. Una constelación de sentidos.
Con actuaciones expresionistas, arrasadoras y desbordadas, cargadas de lenguaje corporal que evidencia un trabajo minucioso y detallista, nos invitan a subirnos a una nave que naufraga por ríos oscuros, a la vez que luminosos, por el espanto de un apocalipsis que ya vivimos. La comicidad, siempre al borde de una carcajada que puede ser un llanto; una carcajada que, por momentos, esconde una tristeza profunda.
El despliegue lumínico acompaña la locura de unos cuerpos que danzan al ritmo de la muerte, que cantan y corean como una voz única, aunque son cientos, miles: un niño que anuncia verdades; una parca excéntrica, aburrida de su trabajo y acompañada por monos que ya no la divierten; un grupo de gente que intenta el amor, organizarse y existir en un pedacito de madera, en medio de un río de muertos.
¿Cómo transitamos la fantasía ante un mundo de desolación? ¿Cómo construimos barcas posibles que nos lleven a nuevos paisajes, hacia “otros posibles”? Pueblo sin mundo nos convida una ventana por donde fugarnos, una grieta en medio de una Córdoba incendiada, saqueada en medio del calor asfixiante, y una distopía tantas veces imaginada.
Mientras escribo esto, me llega una foto de un mural en alguna parte de Argentina que grita la siguiente leyenda: “¿Quiénes se benefician con nuestra desesperanza?”. Y no puedo evitar pensar que Pueblo sin mundo, dentro de todas sus dimensiones y entre tantas capas, también nos hace esta pregunta.
Pueblo sin mundo aparece como una incógnita con muchas sospechas y algunas certezas. Pueblo sin mundo, el espejo de esta realidad. Pueblo sin mundo, un llamado a la terquedad y a la necedad de seguir existiendo, pese y para todo. Pueblos sin Mundo nos entrega coordenadas para este naufragio y una invitación a animarnos a construir otras narrativas y a lanzarnos a un trampolín de fantasía y excentricidad.
Ficha Técnica
En escena: Florencia Coll, Victoria Pinardel, Natalia Buyatti, Nadia Budini, María Grazia Gianola, Jorge Almuzara, Marcos García, Rodolfo Osses y Nicolás Giovanna.
Diseño Lumínico y Operación: Franco Muñoz.
Diseño Sonoro: A.I.K.I.
Diseño de Vestuario y Realización: Yanina Pastor.
Realización Escenográfica y Montaje: Lian Nahuel Isso – Proyecto Ovni.
Realización Plástica y Escenográfica: Magdalena Córdoba & Jaime Diaz Gavier.
Composición de “La espiral de lo menor”: Guillermina Gavazza, Federico Camiletti & Elisa Gagliano.
Dirección Coreográfica y Entrenamiento Físico: Laura Pazos & Paola Meer Lemos.
Diseño Gráfico: Magdalena Córdoba & Jaime Diaz Gavier.
Fotografía: Agostina Rosso.
Entrenamiento Vocal: Cuca Becerra.
Asistente de Escena: Francisca Maldino.
Asistencia de Dirección y Bitácora: Soledad Paula Croce.
Producción: Irina Hayipanteli & Elisa Gagliano.
Dramaturgia y Dirección General: Elisa Gagliano.
Redes de la obra
P. D.: el equipo es un lujo. Les recomiendo que naveguen en su Linktree y chusmeen el programa:
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